Oigo rugir
a los
monstruos que custodian mis miedos.
El crujir de
sus patas,
como
pequeñas arañas sobre la tela.
Aparecen del
día en su hora más aciaga,
y se
parapetan en las sombras del ocaso.
Oigo las
cadenas,
del fantasma
de los sueños arrastrando.
El metálico
latido,
es el
prolegómeno de la eternidad inevitable.
Y tus
pupilas, tan distantes,
de la
oscuridad paradigmáticas.
Oigo la
campana,
que anuncia
el último instante.
Trémulas las
manos y calmado el corazón,
ya el alma
no se exalta.
El veneno
que hubo paralizado mi cuerpo,
es sólo
postrero recuerdo de la vida.
La muerte revuelve las adelfas,
Y se retira.
By Alba Malva