¿Qué salida nos queda pues, cuando no somos más que cifras en un cuaderno?
Miro entre los recovecos de mi ciudad
y no hago más que hallar mugre y sudor,
indigencia, consumo y extorsiones.
La soberbia se regodea por las aceras
dueña de acequias y descampados,
del quiero y no puedo, del quiero creer.
Lidera el avaro superpuesto a la decencia
haciendo gala de esa pretenciosa virtud
de niño noble, de mesías encomendado.
Mientras tanto no nos queda nada
del tiempo entre las hierbas y la hiedra,
del sueño de una ingesta vida feliz.
Nos buscamos a ciegas pero no hallamos
nada más que lamentos secos, furor;
lágrimas ahogadas por jodida indiferencia.
Y todas mis penas bailan al son del delirio
pues tienen demasiadas cuentas por saldar
y muy a mi pesar, tan poco crédito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario