jueves, 17 de octubre de 2013

Una habitación a contraluz



Una habitación a contraluz, unas sábanas desechas y húmedas, unas nalgas desnudas, redondas, esponjosas, dulces y tiernas se contonean insinuantes delante mío, solo cubiertas por un trozo tela que lleva el mismo nombre de una cuidad paradisíaca en un país de amor, sexo y placer… Beso esas nalgas, las beso, las vuelvo a besar, quiero comérmelas, devorarlas, saborear cada rincón y oler cada aroma de este cuerpo… Te muerdo y en ese momento, sueltas un pequeño quejido; medio placer, medio dolor; al notar mis dientes clavarse en tu carne…

Entonces, te das la vuelta y se muestran ante mí unos pechos pequeños, redondos, armoniosos, con una aureola perfectamente circular y unos pezones en lanza, listos para dar guerra; son los pechos los más bellos que puedan ver unos ojos y tu rostro…

Tu rostro al notar entrar mis dedos a traición y con alevosía en tu templo, el más sagrado de ellos, y de cómo mi lengua acaricia su bandera;  veo cómo te retuerces, suspiras y gimes cada vez que mis dedos intentan hacerte acariciar el cielo; el notar como las paredes de tu templo se derrumban ante el placer y aprisionan a mis dedos, quieren romperlos, destrozarlos, aplastarlos, arrancarlos, porque ellos son los culpables de que ese templo sagrado se desmorone ante mi…

Gimes y te estremeces, y clavas tus uñas con fuerza en mi cabeza hundida en tu entrepierna…

Y de repente, la calma, la absoluta calma después de la tormenta, calma chicha en tu cuerpo y en tu ser, quieta, serena, mirándote el espejo de la pared contraria, sentada en el respaldo de esa cama con las sabanas desechas, en esa habitación a contraluz…  Y un jadeo constante que denota cansancio por el esfuerzo, pero también satisfacción…

Si, lo hemos conseguido, has tocado el cielo por un segundo…


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