Una habitación a contraluz, unas sábanas desechas y húmedas,
unas nalgas desnudas, redondas, esponjosas, dulces y tiernas se contonean
insinuantes delante mío, solo cubiertas por un trozo tela que lleva el mismo nombre
de una cuidad paradisíaca en un país de amor, sexo y placer… Beso esas nalgas,
las beso, las vuelvo a besar, quiero comérmelas, devorarlas, saborear cada rincón
y oler cada aroma de este cuerpo… Te muerdo y en ese momento, sueltas un
pequeño quejido; medio placer, medio dolor; al notar mis dientes clavarse en tu
carne…
Entonces, te das la vuelta y se muestran ante mí unos pechos
pequeños, redondos, armoniosos, con una aureola perfectamente circular y unos
pezones en lanza, listos para dar guerra; son los pechos los más bellos que
puedan ver unos ojos y tu rostro…
Tu rostro al notar entrar mis dedos a traición y con
alevosía en tu templo, el más sagrado de ellos, y de cómo mi lengua acaricia su
bandera; veo cómo te retuerces, suspiras
y gimes cada vez que mis dedos intentan hacerte acariciar el cielo; el notar
como las paredes de tu templo se derrumban ante el placer y aprisionan a mis
dedos, quieren romperlos, destrozarlos, aplastarlos, arrancarlos, porque ellos
son los culpables de que ese templo sagrado se desmorone ante mi…
Gimes y te estremeces, y clavas tus uñas con fuerza en mi
cabeza hundida en tu entrepierna…
Y de repente, la calma, la absoluta calma después de la
tormenta, calma chicha en tu cuerpo y en tu ser, quieta, serena, mirándote el
espejo de la pared contraria, sentada en el respaldo de esa cama con las
sabanas desechas, en esa habitación a contraluz… Y un jadeo constante que denota cansancio por
el esfuerzo, pero también satisfacción…
Si, lo hemos conseguido, has tocado el cielo por un segundo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario