Noches intempestivas
me atraviesan la garganta
y desenfundan sus fusiles.
Se rompe el silencio de la intemperie,
incorruptible como el sueño húmedo de un convento,
y me confundo agazapada entre los vaivenes
de las sábanas que entregadas a la titánica embestida
se desentienden al día siguiente de pedir disculpas.
No saben del ayer, del cómo o del cuándo
porque ni quieren ni necesitan saberlo.
Solo les queda una vana ilusión sin reproches,
desdibujada por unos versos a quemarropa
que se entrelazan y aúllan hasta callar bocas:
"Hasta la próxima noche."
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